21 Años Invitando a dar la Palabra
Por: Lillian Roitbarg
Cuando niña había tomado clases de piano pero como no había condiciones para comprar el instrumento, abandoné. La falta de recursos me justificaba.
Hoy, con todo lo visto y vivido, creo que fue una excusa que fue tornándose en frustración pero que no se congeló. Hace unos años, le regalé a mi nietita un teclado, y con un profesor se acercó a las primeras notas. Ella partió y su instrumento quedó. Fue entonces cuando decidí entregarme a los acordes que le fueron imprimiendo otro ritmo a mi existencia.
Hace más de diez años soy parte de La Búsqueda donde con los chicos nos entregamos a la aventura de la lectura y la escritura. Si bien si tiende a superar problemas en diferentes áreas, es notable el cambio en todos los que interactuamos, porque no se trata sólo de transmitir contenidos sino de potenciar el compartir, en un espacio de libertad para comunicarse, sentirse queridos, aceptados, valorados.
Por Eso sigo brindando mi tiempo. Porque en un contexto donde rige la descalificación, la violencia, la falta de escucha, es necesario ofrecer un antídoto capaz de dar cualquier batalla, el de apropiarse de la palabra, esa que nos hace humanos, la que nos permite pensar, la que da sentido a nuestras vidas, la que hace posible conocer no sólo nuestra historia, sino la de todos los pueblos, la que nos permite protagonizar y dejar huellas profundas y para ello, tanto la lectura como la escritura son indispensables.
Ser libres implica indagar, no dejarse de preguntar, problematizar recuperando el valor de lo que nos define como humanos, la palabra.
La casa de las acciones
Un día Felipito salió a la calle a pasear. De repente vio una casita. Se puso un par de anteojos y vio unas palabras.
Una se llama dormir, otra cantar y muchas más.
Felipito quedó boquiabierto cuando salió una pla-pla, saludó a todos y se hicieron amigos.
Allegra
Felipito estaba haciendo los deberes y de la nada, Capuchina empezó a bailar y cantar. También a gritar porque el niño había cerrado el cuaderno. Entonces lo abrió, pero empezó a quejarse.
Le contó a la maestra, a la directora y a los chicos de todos lados. Se emocionó tanto que se cayó dentro del tacho de basura.
Narella