Por. Hernán Vargas
Solo un genio puede inspirar a otros, y basta que su imagen llegue a esa parte del cerebro donde nace la creatividad para que se accione el mecanismo natural y creen algo sobre Diego Armando Maradona. No solo los de acá, sino los de allá y más allá y de donde ni te imagines te adoran y se motivan para rendirte homenaje. Tantas ramas del arte para señalar y seguro se me pasaran por alto muchas que plasmaron tu rostro, tu estampa y tus proezas: pintura, música, arte urbano, la plástica, diseño gráfico, el cine, etc, etc.
Mencionar todo lo que la literatura recreó sobre el mito y leyenda de Pelusa de Fiorito es una extensa y ardua tarea, imposible de recolectar toda. Inspiraste amores y odios, brisas y vendavales, pero nunca nadie permaneció apático ante tu vida. Recuerdo un programa de cuentos de fútbol que se escuchaba los sábados por la tarde. Alejandro Apo con esa voz cansina y pausada emocionaba con textos del Negro Fontanarrosa, Alejandro Dolina, Hernán Casciari y Eduardo Sacheri, entre otros, y no había tarde alguna que no te mencione, porque sería imposible hablar o escribir de fútbol y que no se pronuncie tu nombre.
Ustedes mismos podrán buscar y volver a encontrarse con Maradona a través de los siguientes cuentos, poesías, y relatos mencionados a continuación. Todos están en internet en forma de videos y crónicas imperdibles que seguro los emocionarán hasta las lágrimas.
Eduardo Sacheri publicó en su libro “Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol”. En “Me van a tener que disculpar”, relata la imposibilidad de juzgar a Maradona igual que juzgaría a las demás personas.
“Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantando que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome”
Sergio Ferreira, un conocido nuestro, escritor santafesino también se rindió a sus pies y lo inmortalizó en “Como la incredulidad”
Ya está
Hoddle, Reid, Butcher y Fenwick
no te alcanzarían nunca
Shilton desparramado sobre el pasto
2 a 0, chau, se finí
vibra la leyenda
la alegría
que es del tamaño de nuestra incredulidad
se hizo memoria, que identidad se hizo
Todavía resuena el relato de Víctor Hugo
pide saber de qué asteroide
de qué constelación, de qué planeta
Mirá que me hiciste felíz, Barrilete Cósmico
Pasaron treinta y cuatro años y pico
Dicen que se finí
que se abrió la puerta de la pesadilla
que cimbró la leyenda
El dolor durará tanto como la incredulidad
Después, pisaremos de nuevo la pelota
en el círculo central
secaremos las lágrimas con la manga de la camiseta
y a jugar, que acá no se terminó nada
la final es de ida y vuelta
y vos no aflojaste nunca
Hernán Casciari: El escritor y editor argentino publicó en el 2013, Diez punto seis segundos, un relato inspirados en el Diego. El tiempo que le llevó al D10S del fútbol plasmar el gol más bello que este deporte nos puede regalar. Como inicia…
“Antes de tocar por última vez el balón con su pie
izquierdo, a las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía
mexicano, el jugador argentino ve que ha dejado atrás a Peter Shilton; ve que
Jorge Valdano arrastra la marca de Terry Fenwick; ve que Peter Raid, Peter
Beardsley y Glenn Hoddle han quedado en el camino; ve a Terry Butcher que se
arroja a sus pies con los botines de punta; ve a Jorge Burruchaga que frena su
carrera con resignación; ve a Héctor Enrique, todavía clavado en la mitad del
campo, que cierra el puño de la mano derecha; ve a su entrenador que salta del
banquillo como expulsado por un resorte y al otro entrenador, el rival, que
baja la mirada para no ver el final del avance; ve a un hombre pelirrojo con
una pipa humeante en la primera bandeja de las gradas; ve la línea de cal de la
portería contraria y recuerda el rostro del empleado que, durante el
entretiempo, la repasó con un rodillo; ve nítidamente a su hermano el Turco
que, con siete años, le echa en cara un error que cometió en Wembley en un
jugada parecida, ve los labios sucios de dulce de leche de su hermano cuando
dice:
«La próxima vez no le pegues cruzado, boludito, mejor
amagále al arquero y seguí por la derecha»…
El resto de
esta obra maestra es imperdible.
Mario Benedetti: El magnetismo sobre los hermanos uruguayos se convirtió en fanatismo y se puede ver en un poema que se llama “Hoy tu tiempo es real”, publicado en 2008, en donde escribe:
Ha pasado otro año y otro año le has ganado a tus
sombras.
Hoy tu tiempo es real
Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa.
Y aunque otros olviden tus festejos,
las noches sin amor quedaron lejos
y lejos el pesar que desalienta.
Tu edad de otras edades se alimenta,
no importa lo que digan los espejos,
tus ojos todavía no están viejos
y miran sin mirar más de la cuenta.
Tu esperanza ya sabe su tamaño
y es por eso que no habrá quién la destruya.
Ya no te sentirás sólo ni extraño.
Vida tuya tendrás, y muerte tuya.
Ha pasado otro año y otro año le has ganado a tus
sombras
¡Aleluya!
Para no ser menos y sería imperdonable que no esté mi negro, el querido Roberto Fontanarrosa, Publicado en Página/30, el 30 de abril de 1996.
“Una milésima de segundo después, la geometría del conjunto ya ha cambiado. El Negro Enrique, que estaba a su derecha, se escondió tras un rubio. El Burru dejó de estar junto a la raya y los dos grandotes se le cierran ahora por el medio. Su computadora de última generación le ordena sacar la lengua y girar con el pie zurdo sobre la bola para salir disparado hacia otro lado. Lo hace así, y la pelota va tras él, magnetizada, como el papelito atraído por la energía estática de un plástico. Ahora corre por la banda derecha, el pecho inflado, la pelota como si fuese una protuberancia natural de su tobillo izquierdo. Y lo ve todo. Lo ve a Jorge tranqueando largo por la izquierda, al grandote que le cierra el camino por la línea, a Bilardo que ha empezado a parpadear, incontrolable, allá en el banco y a cada uno de aquellos 120 mil espectadores del Azteca, incluyendo al que clama, feroz, porque lo bajen. Ya tendrá su respuesta pública ese boludo. Como la tuvo el pelado Gorbachov, que se largó a opinar más de la cuenta. De pronto, tuerce el rumbo de carrera hacia la izquierda, hacia su pierna, dejando al grandote de cara a la tribuna. Y decide allí, en el momento, que tendrá que cantarle la justa al Havelange, que ahora le gusta lo que no le gustaba ayer del loco Gatti. A la izquierda, sigue Jorge en su carrera, pero Diego sabe que no se la va a dar desde aun antes de salir de su campo. Lo sabe desde que salió de allá, Villa Soldati. Ya cambió de nuevo la realidad virtual del juego y otro rubio acecha en la puerta de las 18, dispuesto a todo. Diego amenaza con su perfil natural de zurdo, pero la roba cortita hacia la diestra y se mete de cabeza al área grande. Habrá que contestarle muy duro también al rey Pelé, va pensando, en tanto atisba cómo el arquero se le viene encima como un tren eléctrico, tapando el arco. Otra vez se largó el negro buchón a hablar pavadas, como también el Papa, sin ir más lejos. Diego mide a Shilton y sabe todo. Su computadora alberga en la memoria una jugada igual, allá en el Wembley, pero en dos baldosas en vez de treinta metros. Aquella vez eligió el palo más largo y la bola, cruel, se le fue afuera. Ahora, mientras recuerda el rostro demudado del sociólogo al que puso en su lugar alguna vez, hace ya mucho, en Catanzaro, opta por un nuevo enganche de zurda hacia su diestra, muy finito, para dejar atrás al guardapalos que pide perdón a gritos por haber invadido las Malvinas. Y entonces, Diego, mientras cae sacudido por el trancazo postrer del último pirata, mientras imagina el rictus amargo de la Thatcher mirando la TV allá en su reino, le da a la pelota un empujón cordial con el empeine, bien rastrero, y le dice ‘metete allá’, entre las redes, antes de caer sintiendo el gusto verde del césped entre los labios. Y es cuando muchos, casi todos, digamos todos, pensamos que no se equivocó nunca, pero nunca jamás, a lo largo de toda la jugada.”
Eduardo Galeano sobre el 10, en su libro póstumo Cerrado por Futbol:
"Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable. Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero. Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la 'exitoína'. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga".
El multifacético maestro Dolina no pudo la noche del 25/11/2020 hacer su programa radial y longevo “La Venganza será terrible”, a modo de disculpas les dijo a sus oyentes: “El dolor que sentimos es un dolor íntimo y profundo, como si se tratara de alguien de la familia. Y es que en verdad se trata de alguien de la familia, y es que en verdad se trata de alguien de la familia, aun para quienes no conocieron personalmente a Diego”.
Es que habían compartido tantas cosas juntos, hasta hicieron una película
que unía el tango y el fútbol, en 1996 se estrenaba El día que Maradona conoció a
Gardel.
Queda pendiente
tanto material tantos escritores, tantos escritos que dejamos en ustedes
continúen la búsqueda sobre la vida de Diego en los mares de la literatura, les
aseguro no naufragarán jamás.