La Plaza Dominguera



CONCURSO PERIODÍSTICO JOVEN. Edición 2014

Mención Especial: Margarita María Torregiani, 17 años, Colegio Adoratrices - Santa Fe

“Al fin y al cabo, el trabajo es el mejor medio de pasar la vida sin ser visto.”
Gustave Flaubert
  


Es un domingo como cualquier otro y el sol se hace presente, tenuemente, después de numerosos días sin aparecer. Aprovechando esta oportunidad, la gente se reúne en torno a este espacio testigo de incontables encuentros amorosos, amistosos,de momentos de diversión, alegrías, risas y, por qué no, de tristeza; la plaza.
Algunos sacan a pasear a su perro, otros comienzan a aparecer recién pasadas las 2pm, luego de haber disfrutado del famoso asado argentino tan característico en nuestra cultura, otros lo hacen acompañados de su pareja para disfrutar de un maravilloso picnic debajo de los frondosos árboles, los niños se reúnen con su incondicional “pandilla del barrio” para jugar los gloriosos partidos de fútbol de las cuatro de la tarde en dónde la frase “sacrificarse por la camiseta” nunca se sintió con tanta pasión como se siente en la piel de estos pequeños.

Allí a lo lejos, casi en la otra esquina, se escucha el festejo a coro de los Boy Scouts quienes lograron con destreza sortear los desafíos que les presentaron sus coordinadores. Muy cerca de ellos se encuentra otro grupo de dicha comunidad, con integrantes de menor edad, los cuales se encuentran en un charla informativa y, aún más cerca de mí, se encuentra otro grupo encargado de la recolección de packs de leche para entregarlos al Dispensario de Guadalupe. “El otro día me tocaron el timbre para no sé qué otra colecta. Siempre están bien uniformados e intentando ayudar a la comunidad con lo que pueden y tienen al alcance”, me comentó Marta, una vecina del barrio que vive allí hace varios años.
En el centro de la plaza se encuentran algunos juegos obsoletos. “-¡Dale, mamá! Apurate que me quiero tirar del tobogán”, se escucha decir a un niño cuya mano tira con fuerza del brazo de su madre algo cansada. “¡Empujame más fuerte! ¡Quiero volar!”, dice una niña de aproximadamente siete años cuyos rizos despeinados vuelan acompañados por el movimiento del viento que le produce el estar hamacándose. Dichos juegos resultan ser la atracción principal de las miradas de los niños quienes esperan quizás toda la semana para que llegue el ansiado día domingo, en el cual resulta tradición concurrir a la plaza para jugar con los mismos.
Parejas de enamorados, niños ansiosos por jugar con los juegos o con sus grupos de amigos, Boy Scouts y madres y padres aprovechando su probable único día de descanso al aire libre, se encuentran disfrutando de la maravillosa plaza y de las perfectas condiciones en la que se encuentra la misma pero, ¿Alguno se habrá preguntado quién es la persona que hace posible que “la plaza dominguera” se encuentre en tan perfectas condiciones? Probablemente alguno lo haya hecho, aunque lejos estoy de afirmarlo completamente.
Mario, placero incondicional de la Plaza “Gregoria Matorras de San Martín”, se levanta aproximadamente a las 6am todos los días, de lunes a viernes, arribando a la misma a las 6.50am aproximadamente. Su jornada comienza con el rastrillaje de los caminos de arena para que se encuentren en perfectas condiciones para su circulación y continúa luego con el rastrillaje del pasto, el cual se encuentra generalmente colmado de hojas caídas de los árboles. Finalizada dicha actividad, se dedica al mantenimiento de las flores y de los árboles anteriormente nombrados, el cual le lleva un gran tiempo de dedicación como consecuencia de la gran cantidad y variedad de dichas especies. Si es necesario plantar alguna planta, Mario también se dedica a hacerlo, así como también se ocupa de mantener en condiciones de limpieza el arenero en donde se ubican los juegos de la plaza.
Acerca de mi pregunta sobre qué le parece el placero a otra vecina del barrio (la cual aparenta unos cuarenta años), ella me contestó: “Parece ser muy amigable y dedicado en cuanto a su función como placero. Se ocupa de mantener viva y limpia esta plaza que muchas veces es arruinada por la gente que viene y no tiene en cuenta el trabajo que conlleva su mantenimiento”, denunciando a su vez que las personas suelen ensuciar la plaza sin después preocuparse por limpiarla. “Cerca de la media mañana suele aparecer un simpático vecino que lo acompaña en su función, cebándole mates y manteniéndolo entretenido con sus divertidos comentarios”, me comentó Osvaldo, esposo de Marta, y jubilado desde hace cuatro años, quien suele hacer los mandados cerca de las diez de la mañana casi día por medio.
Existe una realidad, el trabajo como placero es un claro ejemplo de “pasar por la vida sin ser visto”. Sin ningún uniforme, cabizbajo, y algo tímido, Mario, al igual que muchos otros placeros, ejerce su función con una increíble dedicación así como lo ejerce también un abogado, un ingeniero o un profesor.
Debemos romper con la creencia de que el trabajo como placero no dignifica o es menos que otro trabajo; al fin y al cabo ¿Quién es el que establece la jerarquía de la importancia de los trabajos?
Cada uno es responsable de hacer valer su trabajo y ejercerlo de manera tal que la enfermedad de la dedicación se contagie casi con la misma rapidez con la que se propaga una peste o se difama un rumor; casi con la misma rapidez con que se produce un chasquido.