Los Habituales



CONCURSO PERIODISMO JOVEN. Edición 2014

2º PREMIO: Los habituales, de Laura Depetris, 17 años, ADORATRICES
*Por la sensibilidad de las miradas y lo simple dela escritura, dos valores fundamentales del trabajo de contar lo que pasa.

Todos los han visto alguna vez. Con un calor abrasador o algún frío de aquellos que paralizan  las extremidades, ellos siempre están allí. Su jornada empieza bien temprano, apenas comienzan a amanecer los transeúntes que circularán luego la peatonal. Todos los han escuchado anunciando sus productos con énfasis a toda criatura que se acerque, a veces bromeando con aquellas personas que ya conocen y siempre revolviendo la olla vieja que libera un olor dulce y apetecible. Los vendedores de garrapiñada son parte de la variedad cultural y social santafesina que se concentra, principalmente, en barrios céntricos. Siendo más específicos, en calle San Martín.
“Pienso que debe ser duro,” dice Verónica, una arquitecta que tiene su estudio en el barrio y circula diariamente por la peatonal. “Muchas veces he visto a los mismos hombres parados tanto a las siete de la mañana como a las nueve de la noche”, agrega. Comenta que ha notado en ocasiones cómo se turnan con quienes parecen sus hijos, y se sientan en un banco a almorzar.
El rubro de la garrapiñada es igual que cualquier otro negocio ambulante. A pesar de que la mercancía es característica de las épocas de frío, los vendedores ocupan los puestos cada día del año. Incluso cuando olas de calor llegan a Santa Fe y son muy pocos los que, por obligación, siguen caminando bajo el sol, ni siquiera volteándose ante los gritos que anuncian un producto no acorde a la temperatura.
Los puestitos dispuestos a lo largo de calle San Martín son simples, fríos y uniformes. Sólidas construcciones de materiales resistentes, pintadas de gris. Una pequeña lámina de vidrio cubre un lado del puesto, protegiendo el interior de las ráfagas de viento. Algunos se encuentran en peor estado: óxido, ralladuras, dibujos en aerosol. Estos pequeños espacios no dicen nada, no significan nada, hasta el momento en que el vendedor llega. Calienta su vieja y usada olla, la llena de azúcar y esencia de vainilla, para luego caramelizar el maní pelado. El nombre proviene de la acción de garapiñar, es decir, “bañar golosinas en un almíbar que forma grumos”.
Minutos después del inicio de la jornada, a un costado de la superficie de los puestos se van acomodando las pequeñas bolsitas plásticas rellenas de golosina. El aroma que emana hace girar más de una cabeza, y varios que parecen apurados hacen un alto en el camino para preguntar el precio. Los vendedores, generalmente casuales con algún jean y bien abrigados para soportar las largas jornadas, aprovechan para bromear o simplemente jactarse del producto que “hoy está más dulce que nunca, flaca” o “no podés no comer con este frío, pibe”.
En los registros de la Municipalidad de Santa Fe, son poco más de diez los vendedores ambulantes que se dedican a la producción y comercialización de esta golosina específica. Sin embargo, no son pocos los que, dependiendo de la época y la demanda, cambian su rubro o su ubicación. Los mismos puestos que se ven son aprobados y autorizados para el uso por la Secretaría de Empleo. Es así como, entre otros, Silvia Pedraza, Javier Chiarinoti, Lucas Saucedo, Juan Daniel Santillán, Antonio Abrahan, Diego Roldán, Antonio Gutierrez, Oscar Leguizamón, Sofía Noemí Cano, Hugo Moraes, José Luis Aguilera, Soledad Rios y Pablo Bogarin cuentan con todos los permisos para ganarse el pan de cada día en la ciudad santafesina a través de la venta ambulante de garrapiñada y otras golosinas.
“No siempre está bueno venir a laburar”, opina un vendedor mientras cierra una bolsa y sigue mezclando el almíbar casero. “Hay que bancarse el frío. A veces pasan cosas que no son lindas de ver, con la inseguridad que hay y todo. Pero uno tiene que estar acá siempre. A la plata hay que buscarla”, añadió. Mientras deja la olla calentándose y se sienta para descansar las piernas, comenta que, en ocasiones, llega a vender tan sólo unos cinco paquetes por día, dejando una ganancia que varía entre los cincuenta o setenta pesos. En invierno, sin embargo, suele ser mejor. “La gente tiene frío y se tienta más”.
Ignorados por unos. Considerados como parte importante de la tradición santafesina por otros. No hay duda de que estos personajes son observadores de la cotidianeidad de la ciudad desde un punto de vista que no conocemos. Basta conversar un rato con algún vendedor ambulante para darse cuenta de lo interesante que puede ser lo que tienen para decir. Son aquellos que conocen la calle. Los mismos que viven del día a día, que buscan unos mangos para sostenerse. Esos que solemos pasar de largo, acostumbrados a su presencia constante en escenarios a los que asistimos frecuentemente. Basta con sacudirnos los problemas, nuestras cuestiones cotidianas y estar atentos a todo lo que tienen para contar.