CONCURSO PERIODISMO JOVEN. Edición 2014
*Por la sensibilidad de las miradas y lo
simple dela escritura, dos valores fundamentales del trabajo de contar lo que
pasa.
Todos
los han visto alguna vez. Con un calor abrasador o algún frío de aquellos que paralizan las extremidades, ellos siempre están allí.
Su jornada empieza bien temprano, apenas comienzan a amanecer los transeúntes
que circularán luego la peatonal. Todos los han escuchado anunciando sus
productos con énfasis a toda criatura que se acerque, a veces bromeando con
aquellas personas que ya conocen y siempre revolviendo la olla vieja que libera
un olor dulce y apetecible. Los vendedores de garrapiñada son parte de la
variedad cultural y social santafesina que se concentra, principalmente, en
barrios céntricos. Siendo más específicos, en calle San Martín.
“Pienso
que debe ser duro,” dice Verónica, una arquitecta que tiene su estudio en el
barrio y circula diariamente por la peatonal. “Muchas veces he visto a los
mismos hombres parados tanto a las siete de la mañana como a las nueve de la
noche”, agrega. Comenta que ha notado en ocasiones cómo se turnan con quienes
parecen sus hijos, y se sientan en un banco a almorzar.
El
rubro de la garrapiñada es igual que cualquier otro negocio ambulante. A pesar
de que la mercancía es característica de las épocas de frío, los vendedores
ocupan los puestos cada día del año. Incluso cuando olas de calor llegan a
Santa Fe y son muy pocos los que, por obligación, siguen caminando bajo el sol,
ni siquiera volteándose ante los gritos que anuncian un producto no acorde a la
temperatura.
Los
puestitos dispuestos a lo largo de calle San Martín son simples, fríos y
uniformes. Sólidas construcciones de materiales resistentes, pintadas de gris.
Una pequeña lámina de vidrio cubre un lado del puesto, protegiendo el interior
de las ráfagas de viento. Algunos se encuentran en peor estado: óxido,
ralladuras, dibujos en aerosol. Estos pequeños espacios no dicen nada, no
significan nada, hasta el momento en que el vendedor llega. Calienta su vieja y
usada olla, la llena de azúcar y esencia de vainilla, para luego caramelizar el
maní pelado. El nombre proviene de la acción de garapiñar, es decir, “bañar
golosinas en un almíbar que forma grumos”.
Minutos
después del inicio de la jornada, a un costado de la superficie de los puestos
se van acomodando las pequeñas bolsitas plásticas rellenas de golosina. El
aroma que emana hace girar más de una cabeza, y varios que parecen apurados
hacen un alto en el camino para preguntar el precio. Los vendedores,
generalmente casuales con algún jean y bien abrigados para soportar las largas
jornadas, aprovechan para bromear o simplemente jactarse del producto que “hoy
está más dulce que nunca, flaca” o “no podés no comer con este frío, pibe”.
En
los registros de la Municipalidad de Santa Fe, son poco más de diez los
vendedores ambulantes que se dedican a la producción y comercialización de esta
golosina específica. Sin embargo, no son pocos los que, dependiendo de la época
y la demanda, cambian su rubro o su ubicación. Los mismos puestos que se ven
son aprobados y autorizados para el uso por la Secretaría de Empleo. Es así
como, entre otros, Silvia Pedraza, Javier Chiarinoti, Lucas Saucedo, Juan
Daniel Santillán, Antonio Abrahan, Diego Roldán, Antonio Gutierrez, Oscar
Leguizamón, Sofía Noemí Cano, Hugo Moraes, José Luis Aguilera, Soledad Rios y
Pablo Bogarin cuentan con todos los permisos para ganarse el pan de cada día en
la ciudad santafesina a través de la venta ambulante de garrapiñada y otras
golosinas.
“No
siempre está bueno venir a laburar”, opina un vendedor mientras cierra una
bolsa y sigue mezclando el almíbar casero. “Hay que bancarse el frío. A veces
pasan cosas que no son lindas de ver, con la inseguridad que hay y todo. Pero
uno tiene que estar acá siempre. A la plata hay que buscarla”, añadió. Mientras
deja la olla calentándose y se sienta para descansar las piernas, comenta que,
en ocasiones, llega a vender tan sólo unos cinco paquetes por día, dejando una
ganancia que varía entre los cincuenta o setenta pesos. En invierno, sin
embargo, suele ser mejor. “La gente tiene frío y se tienta más”.
Ignorados
por unos. Considerados como parte importante de la tradición santafesina por
otros. No hay duda de que estos personajes son observadores de la cotidianeidad
de la ciudad desde un punto de vista que no conocemos. Basta conversar un rato
con algún vendedor ambulante para darse cuenta de lo interesante que puede ser
lo que tienen para decir. Son aquellos que conocen la calle. Los mismos que
viven del día a día, que buscan unos mangos para sostenerse. Esos que solemos
pasar de largo, acostumbrados a su presencia constante en escenarios a los que asistimos
frecuentemente. Basta con sacudirnos los problemas, nuestras cuestiones
cotidianas y estar atentos a todo lo que tienen para contar.