Por: Matías Maggio Ramírez (Noticias del Libro)
En vísperas del aniversario por los 40 años del último golpe de Estado todavía quedan sus huellas en el mercado editorial: el recuerdo de la censura y el exilio (interno y externo) de editores, escritores y libreros, el cierre de bibliotecas y librerías, así como la desaparición -asesinato- de lectores, traductores, autores como Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, y de editores como Carlos Pérez, cuyo fondo editorial todavía puede encontrarse en la Librería Hernández de la Calle Corrientes (que también sufrió la clausura de su local, el exilio de sus dueños y la detención de uno de sus familiares, en ese momento a cargo de la librería), se vuelven presentes cada 24 de marzo. Otra de las marcas menos visibles que todavía opera sobre la actualidad del mercado editorial se puede encontrar en los derechos de traducciones que entre el 1976 y 1983 no se renovaron para su publicación en Argentina por el opresivo clima cultural. Las traducciones de las obras que se habían publicado por primera vez en castellano en Buenos Aires o Córdoba fueron compradas por editoriales españolas, que tenían nuevos aires en los últimos tiempos del franquismo, y en menor medida por históricos sellos mexicanos.
La Argentina tuvo en la ley 1420 que promulgaba una educación laica, gratuita y obligatoria uno de los principales pilares para la construcción de lectores desde finales del siglo XIX. La consolidación de las políticas públicas educativas a lo largo del siglo XX tuvo en el mercado editorial uno de sus beneficiarios. La producción local tenía como eje para su rentabilidad la exportación a mercados hispanoamericanos. Los lectores contaban a su alcance con traducciones locales que se realizaban al poco tiempo de la publicación en su lengua original para un público regional. La traducción de libros locales tenía una amplia proyección para el resto de América y España. José Luis de Diego en Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000 sostuvo que en los primeros años 70 ya no se exportaba como en las décadas anteriores para suplir el 80% de los libros que importaba España. La pérdida de mercados externos encontró su principal público en un fortalecido mercado interno ávido de literatura latinoamericana. El libro, en tanto bien cultural que no es intercambiable por otro, tuvo durante el siglo XX distintos embates pero ninguno como el de la última dictadura que lesionó una vieja tradición argentina como la de oficiar de mediadora cultural. La acción represiva de la dictadura contra la cultura tuvo, según de Diego dos caras: la pública que se había visible en las resoluciones y decretos; y la oculta e ilegal que se negaba y silenciaba en las instancias públicas. El miedo, el silencio, la persecución, encarcelamiento, muerte, exilio eran los ingredientes de una vida cultural opresiva para el mercado editorial.
Ante la falta de una bibliografía nacional para reconstruir parte de la historia del libro en Argentina se pudo acceder a catálogos digitales integrados como Worldcat y los de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” y la Biblioteca Nacional de España, para rastrear aquellos libros que tuvieron una primera traducción y edición argentina, como síntoma de la consolidación del mercado interno, para luego durante la dictadura “exiliarse” en España o bien reaparecer años más tarde. La editorial Infinito, fundada en 1954 por los arquitectos Leonardo Aizemberg, Eduardo Aubone, Jorge Enrique Hardoy, Carlos A. Méndez Mosquera y José A. Rey Pastor, tuvo una mirada exquisita para contratar traducciones de obras centrales para las artes visuales, el diseño y la arquitectura. Al revisar el catálogo de la Biblioteca Nacional se encuentra que esta editorial publicó sin interrupciones hasta 1977 para retomar su tarea a partir de 1986, tras la recuperación de la democracia. Entre los títulos de su catálogo histórico se destacó la publicación, en 1959, de Arquitectura gótica y escolástica de Erwin Panofsky con traducción de Enrique Revol, a los pocos años de su edición en inglés. Esta obra fue publicada en 1986 en Madrid por Ediciones La Piqueta con una nueva traducción. Del mismo autor Infinito publicó, en 1970, El significado de las artes visuales, que desde 1979 engrosa el catálogo del sello español Alianza. Un autor central para el urbanismo como Lewis Mumford publicó en 1966 La ciudad en la historia: Sus orígenes, transformaciones y perspectivas, con la traducción de Enrique Revol, que fue recuperada por la editorial española Pepitas de Calabaza en 2012.
La editorial Eudeba, fundada en 1958, sufrió en su gestión los avatares del quiebre democrático en 1966 y en 1976. La exhaustiva investigación de Hernán Invernizzi y Judith Gociol en Un golpe a los libros reconstruyó la acción y resultados de su intervención militar. El sello universitario sufrió la censura de libros que “atentaban contra la seguridad nacional”, tuvo empleados reprimidos y “desaparecidos” y la rescisión de “contratos de edición de obras extranjeras traducidas al español, cuyas fechas de aparición están vencidas”. Entre los 83 títulos caídos se encontraban obras de autores como Rudolf Carnap y Jean Piaget. Con esta decisión tampoco se renovaron los contratos de traducción anteriores convenidos con agentes y editores extranjeros. Entre los casos emblemáticos en Ciencias Sociales y Humanidades se puede citar Antropología estructural de Claude Lévi Strauss, que se publicó el 1958 en Francia y cuya traducción realizó para Eudeba Eliseo Verón seis años después. El libro tuvo múltiples reimpresiones hasta 1977. Diez años después, Paidós ibérica obtuvo los derechos de la traducción realizada por Verón para todo el ámbito hispanoamericano. En 1962 la editorial universitaria publicó la primera traducción al castellano de Arte y percepción visual: psicología de la visión creadora, de Rudoplh Arnheim. En 1976 la obra llevaba ya 7 reimpresiones pero no se renovaron los derechos. En 1979 la editorial Alianza compró con los derechos de traducción para publicar y reimprimirla, cosa que hace hasta la actualidad.
En el ámbito de las ciencias duras, línea en que la editorial se había afianzado desde la gestión de Boris Spivacow hasta el golpe del 66, se interrumpieron las publicaciones de “libros de física y química, y el vacío fue paulatinamente ocupado por editoriales extranjeras como Mc Graw Hill, Prentice Hall, etc. cuya publicación en castellano se realiza principalmente en México”, tal como sostuvo Oscar Fernández en su investigación sobre Eudeba, en el volumen colectivo Centro Editor de América Latina. Capítulos para una historia.
La editorial universitaria de Córdoba, emprendimiento que tuvo como director a Gregorio Bermann y a José Aricó como gerente, fue financiado por Natalio Kejner según se desprende de la investigación “Eudecor: edición y política”, de Diego García para la revista Deodoro. Eudecor publicó en 1967 Estructuralismo y crítica literaria, de Gerard Genette, con traducción de Alfredo Paiva, y al año siguiente un título que aún es un long seller: Las vanguardias artísticas del siglo XX, de Mario de Micheli con la traducción de Giannina de Collado, que fue reeditado en castellano desde 1979 por la editorial española Alianza hasta la actualidad.
La lista de títulos que tuvieron una primera publicación en Argentina para luego “exiliarse” en distintos sellos editoriales del exterior puede ampliarse en una futura investigación que analice la bibliografía nacional de mediados del siglo XX. La fortaleza del público local posibilitó apuestas editoriales que tras la dictadura se diluyeron por distintas causas económicas, políticas, sociales y de la propia seguridad de los actores involucrados en el circuito del libro.
A 40 años del golpe, muchos de los libros que tuvieron en Argentina su primer encuentro con los lectores en castellano tienen que cruzar el Atlántico. Su “exilio” se afianzó con el proceso de concentración editorial, pero seguro esperaran volver, aunque sea de visita en cada Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
En vísperas del aniversario por los 40 años del último golpe de Estado todavía quedan sus huellas en el mercado editorial: el recuerdo de la censura y el exilio (interno y externo) de editores, escritores y libreros, el cierre de bibliotecas y librerías, así como la desaparición -asesinato- de lectores, traductores, autores como Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, y de editores como Carlos Pérez, cuyo fondo editorial todavía puede encontrarse en la Librería Hernández de la Calle Corrientes (que también sufrió la clausura de su local, el exilio de sus dueños y la detención de uno de sus familiares, en ese momento a cargo de la librería), se vuelven presentes cada 24 de marzo. Otra de las marcas menos visibles que todavía opera sobre la actualidad del mercado editorial se puede encontrar en los derechos de traducciones que entre el 1976 y 1983 no se renovaron para su publicación en Argentina por el opresivo clima cultural. Las traducciones de las obras que se habían publicado por primera vez en castellano en Buenos Aires o Córdoba fueron compradas por editoriales españolas, que tenían nuevos aires en los últimos tiempos del franquismo, y en menor medida por históricos sellos mexicanos.
La Argentina tuvo en la ley 1420 que promulgaba una educación laica, gratuita y obligatoria uno de los principales pilares para la construcción de lectores desde finales del siglo XIX. La consolidación de las políticas públicas educativas a lo largo del siglo XX tuvo en el mercado editorial uno de sus beneficiarios. La producción local tenía como eje para su rentabilidad la exportación a mercados hispanoamericanos. Los lectores contaban a su alcance con traducciones locales que se realizaban al poco tiempo de la publicación en su lengua original para un público regional. La traducción de libros locales tenía una amplia proyección para el resto de América y España. José Luis de Diego en Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000 sostuvo que en los primeros años 70 ya no se exportaba como en las décadas anteriores para suplir el 80% de los libros que importaba España. La pérdida de mercados externos encontró su principal público en un fortalecido mercado interno ávido de literatura latinoamericana. El libro, en tanto bien cultural que no es intercambiable por otro, tuvo durante el siglo XX distintos embates pero ninguno como el de la última dictadura que lesionó una vieja tradición argentina como la de oficiar de mediadora cultural. La acción represiva de la dictadura contra la cultura tuvo, según de Diego dos caras: la pública que se había visible en las resoluciones y decretos; y la oculta e ilegal que se negaba y silenciaba en las instancias públicas. El miedo, el silencio, la persecución, encarcelamiento, muerte, exilio eran los ingredientes de una vida cultural opresiva para el mercado editorial.
Ante la falta de una bibliografía nacional para reconstruir parte de la historia del libro en Argentina se pudo acceder a catálogos digitales integrados como Worldcat y los de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” y la Biblioteca Nacional de España, para rastrear aquellos libros que tuvieron una primera traducción y edición argentina, como síntoma de la consolidación del mercado interno, para luego durante la dictadura “exiliarse” en España o bien reaparecer años más tarde. La editorial Infinito, fundada en 1954 por los arquitectos Leonardo Aizemberg, Eduardo Aubone, Jorge Enrique Hardoy, Carlos A. Méndez Mosquera y José A. Rey Pastor, tuvo una mirada exquisita para contratar traducciones de obras centrales para las artes visuales, el diseño y la arquitectura. Al revisar el catálogo de la Biblioteca Nacional se encuentra que esta editorial publicó sin interrupciones hasta 1977 para retomar su tarea a partir de 1986, tras la recuperación de la democracia. Entre los títulos de su catálogo histórico se destacó la publicación, en 1959, de Arquitectura gótica y escolástica de Erwin Panofsky con traducción de Enrique Revol, a los pocos años de su edición en inglés. Esta obra fue publicada en 1986 en Madrid por Ediciones La Piqueta con una nueva traducción. Del mismo autor Infinito publicó, en 1970, El significado de las artes visuales, que desde 1979 engrosa el catálogo del sello español Alianza. Un autor central para el urbanismo como Lewis Mumford publicó en 1966 La ciudad en la historia: Sus orígenes, transformaciones y perspectivas, con la traducción de Enrique Revol, que fue recuperada por la editorial española Pepitas de Calabaza en 2012.
La editorial Eudeba, fundada en 1958, sufrió en su gestión los avatares del quiebre democrático en 1966 y en 1976. La exhaustiva investigación de Hernán Invernizzi y Judith Gociol en Un golpe a los libros reconstruyó la acción y resultados de su intervención militar. El sello universitario sufrió la censura de libros que “atentaban contra la seguridad nacional”, tuvo empleados reprimidos y “desaparecidos” y la rescisión de “contratos de edición de obras extranjeras traducidas al español, cuyas fechas de aparición están vencidas”. Entre los 83 títulos caídos se encontraban obras de autores como Rudolf Carnap y Jean Piaget. Con esta decisión tampoco se renovaron los contratos de traducción anteriores convenidos con agentes y editores extranjeros. Entre los casos emblemáticos en Ciencias Sociales y Humanidades se puede citar Antropología estructural de Claude Lévi Strauss, que se publicó el 1958 en Francia y cuya traducción realizó para Eudeba Eliseo Verón seis años después. El libro tuvo múltiples reimpresiones hasta 1977. Diez años después, Paidós ibérica obtuvo los derechos de la traducción realizada por Verón para todo el ámbito hispanoamericano. En 1962 la editorial universitaria publicó la primera traducción al castellano de Arte y percepción visual: psicología de la visión creadora, de Rudoplh Arnheim. En 1976 la obra llevaba ya 7 reimpresiones pero no se renovaron los derechos. En 1979 la editorial Alianza compró con los derechos de traducción para publicar y reimprimirla, cosa que hace hasta la actualidad.
En el ámbito de las ciencias duras, línea en que la editorial se había afianzado desde la gestión de Boris Spivacow hasta el golpe del 66, se interrumpieron las publicaciones de “libros de física y química, y el vacío fue paulatinamente ocupado por editoriales extranjeras como Mc Graw Hill, Prentice Hall, etc. cuya publicación en castellano se realiza principalmente en México”, tal como sostuvo Oscar Fernández en su investigación sobre Eudeba, en el volumen colectivo Centro Editor de América Latina. Capítulos para una historia.
La editorial universitaria de Córdoba, emprendimiento que tuvo como director a Gregorio Bermann y a José Aricó como gerente, fue financiado por Natalio Kejner según se desprende de la investigación “Eudecor: edición y política”, de Diego García para la revista Deodoro. Eudecor publicó en 1967 Estructuralismo y crítica literaria, de Gerard Genette, con traducción de Alfredo Paiva, y al año siguiente un título que aún es un long seller: Las vanguardias artísticas del siglo XX, de Mario de Micheli con la traducción de Giannina de Collado, que fue reeditado en castellano desde 1979 por la editorial española Alianza hasta la actualidad.
La lista de títulos que tuvieron una primera publicación en Argentina para luego “exiliarse” en distintos sellos editoriales del exterior puede ampliarse en una futura investigación que analice la bibliografía nacional de mediados del siglo XX. La fortaleza del público local posibilitó apuestas editoriales que tras la dictadura se diluyeron por distintas causas económicas, políticas, sociales y de la propia seguridad de los actores involucrados en el circuito del libro.
A 40 años del golpe, muchos de los libros que tuvieron en Argentina su primer encuentro con los lectores en castellano tienen que cruzar el Atlántico. Su “exilio” se afianzó con el proceso de concentración editorial, pero seguro esperaran volver, aunque sea de visita en cada Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.