Santa Fe: Periferias del deporte

Por Matías Dalla Fontana (*)

“Objetivos, como justicia y paz, nos requieren una configuración donde el sistema de instituciones intermedias garantice la presencia de disciplinas -el deporte, entre ellas- en la elaboración y la ejecución de la voluntad de las mayorías”, explica el autor.

Intentaremos aportar elementos capitales a la convivencia ciudadana para el fortalecimiento de una verdadera democracia, partiendo de la experiencia gestada en ámbitos federales del deporte, identificando cursos de acción (funciones) y órganos (estructuras: clubes, equipos de rugby en cárceles, ligas). La energía conducida hacia una finalidad específica, en el encuentro consciente de argentinos en distintos puntos del territorio, vivifica generaciones. Aprehenderlo sin apologismos, puede nutrir el rumbo venidero de la constitución real (quizás también formal) de un orden más armónico. No somos ángeles ni especialistas: estos aportes se han suscitado insertándonos en los intersticios del deporte solidario. El ambiente vital de lo comunitario se opone ontológicamente, diferenciándose, a la idea de sociedad, masa amorfa de individuos agregados.
Una propuesta anclada en lo deportivo como organizador social puede aparecerse como un reduccionismo decisionista, un activismo romántico. Interpretamos todo lo contrario. Es la matriz fundamentalmente universalista y multipolar en la que ha ingresado el mundo la que reclama en paralelo a una defensa pacífica en la comunidad de naciones, fundarse en una política interior, en la base una estrategia de desarrollo para los pueblos. Objetivos como justicia y paz, nos requieren una configuración donde el sistema de instituciones intermedias garantice la presencia de disciplinas –el deporte, entre ellas– en la elaboración y la ejecución de la voluntad de las mayorías.


Caso contrario, podemos dedicarnos a seguir leyendo titulares atroces desde la tribuna de la “existencia inauténtica”. Ante un simple cuadro de situación -omnipresencia de la droga, sedentarismo, indigencia- auténticos terrorismos de base inhiben, o ya anulan, la convivencia. Nada nos exime de pensar homólogamente a las naciones como seres vivientes. Como un cuerpo, llevan ínsita en su mínima unidad, la posibilidad de edificarse -coaligándose desde lo micro hacia lo macro- o de enfermarse -como en el cáncer-. En este cuadro: ¿cuánto está pudiendo el Estado en el gran objetivo de vida? El siglo XXI en nuestro terruño nos exigirá un diagnóstico totalizante, reordenando la dirección en que se trenzan las relaciones entre Estado y organizaciones. En el caso palpable del deporte, columna de política interior: ¿cuánto está pudiendo el Estado, máxima instancia de articulación social? Ante lectores desprevenidos, zanjemos aquí la cuestión de que no se trata según nuestro espíritu de separar autónomamente una esfera de la otra, existiendo órdenes de prelación, materiales y simbólicos, en materias indelegables de garantizar el desarrollo de todo el hombre y todos los hombres.
Convocando a un estratega insustituible, así como “la guerra tiene su propia gramática, pero no su propia lógica” (1), el Estado tiene ciertas funciones y legalidades gramaticales propias que no alcanzan a recubrir el conjunto del cuerpo social, necesita amoldarse como el traje al cuerpo. La categoría hermenéutica fundamental en estas latitudes, antes que ser una impostura ideológica, se cierne de la más palmaria realidad: aun en la extrema necesidad, las personas en encuentro de proximidades circulares, están resolviéndose en la acción, propiciando diálogo, decisión, recursos y responsabilidad en sus manos. Entendámonos: los pibes nacen, crecen, juegan. Sus padres y madres los protegen y en ese tránsito, canalizan sus anhelos en equipos, que paren clubes, que se ligan. Apoyarlos sería avanzar por la línea de menor resistencia.
Tenemos problemas de mayorías. Según el Movimiento los Sin Techo, 3.000 bebés nacen en el año en nuestra ciudad en la marginalidad. Esto puede atravesarse con pasiones e ideologías. Lo que no puede es no asumirse. Kilómetros de estudios académicos (onerosos) y miles de millones invertidos en presupuestos en políticas aplicadas, requerirán en algún momento disipar objetivos segundos y terceros, para concentrarse en explicitar cómo y de qué manera transitarán desde la familia a la escuela y, desde ésta, a una instancia de socialización subsiguiente. Estamos persuadidos de sugerir un club barrial, cultural, social y deportivo, salvo que exista alguna alternativa tan arraigada, eficaz, reconocida, reclamada y masiva. Se dirá que no todo fenómeno llamado deportivo es virtuoso. En aras de echar luz, existen ritos, negocios y costumbres que siendo accidentalmente designados como deporte, cristalizan prácticas que son sustancialmente su antítesis. Homonimias cínicas nos plagan. 
Desde las élites se pueden soñar transformaciones y con derecho, el sueño de la razón engendra monstruos. Puestos a transitar brotes de sinceramientos: ¿el quiebre de la matriz familia escuela club: ¿ha producido mejores o peores condiciones de desarrollo? ¿Se ha podido generar una alternativa tan simple, masiva, estable y eficaz como dicha matriz de solidaridad intra e intergeneracional para la emancipación? En el mismo sentido, es un avance táctico indirecto en la puja con enemigos estratégicos –tales como narcotráfico o epidemias- que las personas de a pie no podríamos confrontar directamente jamás: “Menospreciar al enemigo estratégicamente, respetándolo tácticamente” (Mao).
Es cosa del futuro esto del deporte. Un rastreo de las fuentes desde las cuales brota nuestra cultura revela un principio activo: la participación en la comunidad, como arquetipo de ecosistema que antecede, sobrepasa y sobrevive variables institucionales y burocráticas.
En los albores pre-psicoanalíticos anticipa Freud, aristotélicamente: “El inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales”. Mutatis mutandis, en el plano de la emergencia orgánica del jugar, agrupaciones devienen organizativamente en clubes. Ya constatable en el neolítico, en la aldea arcaica, se presentan dos instituciones básicas –afines al deporte amateur, entendiendo a los fines erísticos el jugar por jugar-: la Fiesta y el Don. Excéntrica a la lógica cultural del productivismo eurocéntrico, dicha culpa de instituciones, reunirse en función del ocio y la gratuidad, gira en torno a la naturaleza social humana, trasuntándose en la situación del encuentro del partido y en la actitud de la entrega de sí. Así, el deporte es cultura que defiende la vida. La destrucción de esta forma orgánica tiene efectos deconstituyentes de la subjetividad, con efectos ostensibles de femicidios, adicciones, epidemias sanitarias, abandono escolar. Superar una mirada sintomatológica exige clarificar las operaciones que le dan causa desde una contracultura individualista, materialista y dictatorial: por un lado, el modismo de fin de la historia inficionado por think tanks económicos travestidos de filósofos posmodernistas, ningún origen, ningún destino, ninguna continuidad.
Por otro, la idea de homogeneización global, expandida por los nuevos héroes de la comunicación, ningún espacio familiar, ningún prójimo, ninguna contigüidad barrial.
El poder en la democracia verdadera sube, el poder no baja. No existe hombre superespecializado para su gestión. Lo estatal, sus cuadros, pueden ser un eficaz sistema circulatorio, reconociendo que el potencial está en manos de lo que el Papa Francisco interpela como “sembradores del cambio”. Ellos, de un modo u otro se están expresando en esta hora. Después de todo, no ha conseguido jamás la envidia de los sapos acallar el canto de los ruiseñores.

(*) Ex Puma. Psicólogo (UCA). Integrante de Centro de Salud Deporte Solidario.
(1) Clausewitz, “De la guerra”.