Maradona, simplemente Maradona

Por. Hernán Vargas 


Cuando me mostraron en la pantalla del celular esas infames palabras… Murió Maradona, se detuvo el tiempo y cayó el peso de la incredulidad en toda su dimensión.

No… fíjate bien, boludo. No jodas… que no puede ser.

Pero sí, era cierto, y como estaba en el trabajo intentaba alejarme de todos, busqué un rincón solitario, verifiqué una y otra vez la noticia, respiré profundo, pensé en mis viejos y lloré. Otra vez algún recóndito y secreto complot te cortaba las piernas. Alguna cofradía de poderosos que pergeñaron durante siglos un siniestro plan contra todo aquello que hiciere feliz a la humanidad te tenía en la mira.

Jamás te perdonaron por tu talento, por lo que despertabas, y te la tenían jurada (¿o todavía creen Uds. que los genios de la música, del rock, artistas y escritores, héroes, etc, todos aquellos que nos hacen pensar o emocionar mueren de causas naturales, no sean ingenuos por favor…)


Pero no eran esos enemigos de siempre (¿o quizás sí?) los que habían planeado tu deceso como lo hicieron en el 94 o tantas veces. No era Havelange, ni Grondona, ni Macri, ni la Camorra, ni tantos poderosos que enfrentaste. Esta vez el cuore no resistió una vida intensa, 60 años de rocanroll, de amigos del campeón que te esquilmaron siempre, de representantes mal nacidos que te manejaron para beneficiarse, ni los dealers del momento. Esta vez te fallaron las piernas para gambetear la huesuda como lo habías hecho ante tanto inglés en el Azteca, no estaban los cebollitas ni Don Francisco Cornejo, ni los muchachos del 86 cual espartanos en Termópilas esperando a su Leónidas, no estabas en el San Paolo, ni estaban los tifosis napolitanos para alabarte, ni Fidel Castro para darte alguna estrategia, no estaban doña Tota ni Don Diego para consolarte, no estaba Víctor Hugo para relatar cual gorrión del amanecer el gol más formidable de todos los tiempos y no estaba junto a vos la mujer más fiel que tuviste, la amante perfecta, esa que se dejó acariciar sin peros, la pelota, esa que a pesar de tantas de tus macanas jamás manchaste. Y te fuiste… te fuiste apagando como les pasa a las estrellas en cada amanecer, y ahora sos leyenda. 


Pasó mucho tiempo desde la última vez que me senté a escribir.

Tomo el desafío de transmitir y poder refrendar mi admiración (amor camuflado) por el más grande de todos los tiempos. Esta hoja en blanco por llenar es como ejecutar el penal que define la serie, me toca enfrentar el ocaso o la gloria. 

Si hoy todavía nombramos a Aquiles de Troya por sus hazañas, sin haber más testigos que relatos que fueron pasando oralmente desde hace 3 mil años, no puedo imaginar cuánto van a perdurar tus proezas futbolísticas si hay videos y documentales deportivos que así lo rubrican. 

Recordar significa pasar otra vez por el corazón, y en lo personal me acuerdo cómo nos uniste, cómo nos juntamos en familia; hiciste que la grieta se sellara, y todos los argentinos, como solo lo podías hacer vos, quisiéramos lo mismo. Y como nunca nadie lo hizo, posibilitaste que me abrace a mi viejo y gritemos juntos, lloremos de alegría porque éramos campeones. Es la deuda infinita que tenemos con vos. Y siento que escribir este texto en cierta manera la cancela de mi parte. 


La felicidad del fútbol es tan intensa como efímera, es como la flor de un cactus, o como la vida de una mariposa, porque toda esa perfección y todo ese esplendor natural que nos conmueve resultan breves pero magnánimos a la vez, y está bien que sea así, debe ser así y lo celebro. Nos cansaría ver una belleza eterna, nos aburriríamos y el resultado sería que ya no la admiraríamos más y pasaría a ser algo vulgar. Imagínense si en todas las fechas del fútbol mundial los  goles que se hacen sean goles como los del Diego a los ingleses. Imposible ocurrir, sólo los elegidos, un selecto grupo de prodigiosos hará que logren conmover con creaciones sublimes y por eso hay cosas que son irrepetibles hasta el fin de los tiempos. La felicidad deportiva (como la de la vida) que te da la victoria de tu equipo se desvanece  tarde o temprano, porque volvés a perder con tu clásico rival y esa gloria que tanto celebraste se borra, y pasa a otras manos como la copa del Mundo, a otros dueños, y porque aparte no todos los días son domingos de fútbol y volvés al pedaleo vil de una vida rutinaria, al agobio de la simplicidad. 


Sin embargo, tu vida diaria era una aventura, porque vivir a mil es vida, Live is life si damos todo nuestro poder y damos lo mejor en cada minuto de cada hora sin pensar en los demás dice la canción tan famosa de tu entrenamiento… Los comunes, los simples, no tenemos esos enemigos poderosos al cual enfrentar (salvo algún jefe desdeñoso o algún vecino mal llevado), no jugamos finales mundialistas, no tenemos un ejército inglés que nos quiera hacer faul, no hay caravanas lujuriosas que emprender, ni nadie nos adula por nuestras proezas, salvo alguna vez despertamos hambrientos aplausos si sale bien el asado. Porque tenemos menos magnetismo personal que un corcho, y nadie se nos queda mirándonos impávido porque llegamos a un lugar. Una mochila tan pesada ser Maradona que me río porque gastan horas y horas los eruditos de los medios de comunicación que hablan y hablan y ni podrían estar siquiera un minuto en tus botines y solo se conforman con especular desde sus miserables vidas.


Diego querido, decidimos a los días de tu muerte, rescatar tu gran historia (no la de tu vida personal porque ya demasiado tenemos que cargar con pecados propios, ni nuestro legajo es inmaculado como para juzgarte y que cada uno te pondere como le plazca). Esa, la del deportista nacido en la más absoluta humildad, la de tus padres que tanto se esforzaron por darte un plato de comida cada noche, la de los viajes interminables en trenes para practicar con los cebollitas o con las inferiores de Argentinos Juniors, la de la constancia para poder llegar a ser alguien, a ser el mejor de todos los tiempos, de todos los universos deportivos, de todas las dimensiones cósmicas y temporales (¿será demasiado elogio? Sí y qué…). Eso es lo que quiero o queremos rescatar. Sí, chicos de La Búsqueda, hubo un Pelusa de Fiorito que nació en un barrio como el de ustedes y que a pesar de tanta adversidad, de tantas patadas a las rodillas pudo triunfar, y que cada vez que lo derribaron se levantó, que nunca se calló ante las injusticias, que defendió a sus compañeros y colegas de la mercantilidad de los dirigentes y poderosos, que la palabra amistad y compañerismo se practican con el ejemplo, a darlo todo por el amigo a pesar de ser traicionado, y que los colores argentinos se representan y defienden en cualquier sitio donde el destino los lleve y ante cualquier imbécil que los quiera menospreciar. 


Quizás estas palabras humildes se están acabando. Y para qué seguir escribiendo lo que ya habrán escrito tantos genios de la literatura y del pensamiento social para querer definirte. Que hazañas rememorar que no estén plasmadas para siempre en miles de tus videos. Por eso no puedo y no sé. Solo quiero escribir que ahora tu nombre Diego Maradona pasa a ser nostalgia, de las cosas que fueron y de las que no, como esos amores de arrabal tanguero, al pronunciarlo hay mezcla de felicidad y tristeza, de gloria y de derrota, al decir Diego pronunciamos esa dualidad tan argentina que tu persona nos pinta tal cual somos, y tal cual nos ven en el resto del planeta, amables y cabrones a la vez. 


El destino te deparó este triste final anunciado, como a tantos genios y grandes personajes de la historia que hoy son recordados, te tocó morir en soledad, triste y pensando que te habían olvidado. Pero eso nunca va a ocurrir, porque forjaste tu propio destino, levantaste tu propio reino, porque lograste que los rivales deportivos de ayer sean los que te homenajean y lloran tu partida hoy. Un legado que jamás olvidaremos porque regaste de gloria nuestro suelo. 

Cae la noche y aquellas estrellas que se desvanecieron con la intensidad del astro rey renacen en la oscuridad, y ése, tu brillo estelar siempre estará presente en la memoria de todos los pibes de los 80 cuando miremos el cielo basto de tu leyenda, los pibes que queríamos ser un barrilete cósmico bailando locamente en el teatro verde del potrero sin más armas en la mano que un 10 en la camiseta. Te lo juro Diego de Fiorito, nunca te vamos a olvidar, te lo juro, así como todos los días sale el sol.