Por: Omar Genovese
Publicado por primera vez en la revista “Sur” en septiembre de 1945, se trata, tal vez, del cuento más influyente en la literatura mundial del siglo XX. El manuscrito le fue regalado por el propio Borges a su amor imposible, Estela Canto, quien, cuando el escritor todavía todavía vivía, en mayo de 1985, lo subastó en Sotheby's. Lo compró el Ministerio de Cultura de España, por 25.760 dólares. Tiene 19 páginas y hoy está en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Se cumplen 80 años de la publicación del cuento “El Aleph” de Jorge Luis Borges en la revista Sur N° 131 (septiembre de 1945). Como modesto homenaje recomendamos la lectura (y relectura) del mismo, tal vez considerando algunos aspectos destacados en este artículo. Por ejemplo, este lunes 25 de agosto a las 18 dictará una conferencia bajo el título “La frase larga en El Aleph” el catedrático norteamericano Daniel Balderston, será en la Fundación Internacional Borges (Anchorena 1660, CABA).
En su libro El método Borges (Ampersand, 2021), Balderston señala: “Escribir sin respetar una secuencia y volver atrás para corregir lo ya escrito son modos de cuestionar la linealidad aparente de la escritura: Borges asume, en su propia práctica de escritor, el desafío de escribir lo simultáneo en lo secuencial postulado en 'El Aleph'”.
Sin dudas alude al párrafo en el que Borges escribe: “Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?”
A pocas páginas del final de la narración está el centro, desplazado de la geometría, que antecede a una enumeración (la frase larga), de página y media, donde “vi” (el acto de ver) se repite en 38 ocasiones, comenzando con: “Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide…” De esta manera toma dimensión el “inconcebible universo” que emanaba “una pequeña esfera tornasolada, de casi incontrolable fulgor”. Y da materialidad al objeto: “El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño”.
El método literario, su efecto, incita al lector a continuar o confeccionar una lista de visiones. Pero antes, a buscar en su vida (como lector, como ser vivo) el propio Aleph. Que puede adoptar otra forma, sin importar el horror de las interpretaciones académicas. “El Aleph” es un acto íntimo de lectura, de ahí su enorme valor.
En el epílogo a la edición como libro de El Aleph, de 1949, Borges concluye que tanto en el cuento que nos ocupa como en “El Zahir”: “Creo notar algún influjo del cuento The Cristal Egg (1899) de Wells.” Refiere a la publicación como libro del relato de H.G. Wells (1866-1946). En él el protagonista, el Sr. Cave –tendero de curiosidades–, al observar que ese huevo de cristal se hace luminoso nota que: “Algo cruzó repetidamente la visión, como el ondular de un abanico o el batir de un ala, y una cara, o más bien la parte superior de una cara con ojos muy grandes apareció, así como quien dice, muy cerca de la suya propia, como si se encontrara al otro lado del cristal.”
Cave recurre a Wace, estudiante de ciencias: “Esta comunicación entre los dos cristales fue la suposición realizada por el señor Wace y, a mí, al menos, me parece extremadamente posible…” Con nuestra contemporánea dependencia tecnológica, hoy podemos leer en esto la predicción de Wells sobre los dispositivos inteligentes que permiten videollamadas. Pero “El Aleph” de Borges no permite la comunicación sino una experiencia, al pie de la escalera, en la profundidad de un sótano. El huevo de cristal de Wells se pierde, el Aleph también, otra similitud.
De las tres referencias directas al cuento que aparecen en el libro/diario Borges de Alfredo Bioy Casares, una tiene que ver con la profundidad y la iluminación. Bioy cuenta que habla con Doña Leonor Acevedo, madre de Borges, “Dice que sabe el sitio exacto donde la Mazorca ahogó en un barril de alquitrán a un señor Martínez y habla de ese otro señor, Pedro Salvadores, que estuvo en un sótano hasta Caseros. Borges comenta: 'Esperando, engendrando'”. En nota a la mención se aclara: “José María Salvadores, empleado de policía, encerrado en el sótano de su casa entre 1840 y 1852. En una de sus notas a The Aleph and Other Stories [New York: Dutton, 1970: 281], Borges reconoce que “Eduardo Gutiérrez había ya había registrado la historia –creo que en un libro llamado El puñal del tirano– y […] el verdadero nombre del hombre era José María Salvadores”.
Se trata del primer capítulo de dicha novela publicada en 1888 por el autor de Juan Moreira. Narra las desventuras de Salvadores, no exentas de dramatismo, en los que pasó doce años engendrando hijos, oculto de los asesinos parapoliciales de Rosas. Solo su esposa sabía del pozo en el que vivía, ni los niños. Al caer el tirano Rosas, vuelve de la oscuridad, cegado, irreconocible para propios y vecinos.
Repuesto, frente a su casa, ve pasar a prisioneros, entre ellos al degollador Troncoso, miembro de la banda mazorquera del infame Cuitiño, asesino de Oliden y otros patriotas. Van presos de la Guardia Nacional de Buenos Aires. Salvadores quiere fusilar a Troncoso, pero el nuevo jefe de policía, Miguel Estevez Saguí, evita la justicia del odio, por mano propia. Un último gesto para salvar a Salvadores de convertirse en la hiel del enemigo, en su reflejo idéntico.
El paradigma: de la ceguera y ser invisible para sobrevivir (con la dignidad iluminando), Borges sustrae su propia condena a la ceguera incipiente y al amor no correspondido, de allí que no tendrá descendencia.
“El Aleph” está dedicado a Estela Canto, su amor imposible, a quien regaló el manuscrito. Contaba María Kodama que, al tomar conocimiento de que Canto lo había vendido en 25 mil dólares, Borges dijo: “Qué bien, lo vendió como si fuera un diamante, el manuscrito cumplió un ciclo de alquimia, espero que esto le haya mejorado la vida”. He aquí otro Aleph, encuentren los suyos.